COYUNTURA

Pablo Villegas: “El negocio de las grandes obras es la construcción y la usura”

Una charla con Pablo Villegas N. podría extenderse por horas y aun así resultar corta. Algo así sucedió esta semana cuando el reconocido investigador del Centro de Documentación e Investigación Bolivia (Cedib) conversó con OH! sobre una de sus especialidades, la geopolítica.

—Hace mucho se dice que Latinoamérica es el patio trasero de Estados Unidos. ¿Qué somos para la Unión Europea y, especialmente, para China en estos tiempos?

Seguimos siendo el patio trasero de EEUU en cuanto a inversión extranjera y otros aspectos. También de la UE. Se ha especulado mucho con respecto al rol de la China, pero cuando vemos los números, no corresponden con lo que se acostumbra a decir. China viene muy atrás de EEUU y la UE si tomamos en cuenta varios indicadores. Primero, en la inversión extranjera directa; segundo, la presencia de transnacionales y lo negocios que hacen también está muy atrás

Donde sí se destaca China es en las importaciones de países sudamericanos. Es el principal importador de Brasil, de Chile, Colombia y Perú, entre otros. Al ver a esos países, queda claro que China hace negocios independientemente de la orientación política de los Gobiernos.

—¿Entonces a dónde apunta China en su proyección geopolítica sudamericana?

Si vemos sólo los números y vamos a periodos largos, queda claro que EEUU y la UE han tenido y tienen una geopolítica clara hacia Sudamérica. En dos niveles: uno, en el control de la economía y de las políticas de gobierno. EEUU y Europa impusieron reformas estructurales para que ingresemos a la época del neoliberalismo en los años 80. El otro campo es el militar: desde los años 50 hasta los 2000, ellos han provisto de armamento a los países sudamericanos, esto lo reflejan los datos del Sipri (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo). Ello implica también asesoramiento, servicios de inteligencia e instrucción de tropas.

Mientras, en el cuadro general, al margen de algunas donaciones y ventas, la presencia china es insignificante y no se puede decir que ya tiene un plan militar dentro de un proyecto geopolítico. Eso nos obliga a volver a lo económico. Si vemos los números, China comercia con quien puede comerciar. Está claro que lo primero es hacer las importaciones que necesitan, básicamente, materias primas.

Entonces, más que un plan geopolítico chino, hay problemas geopolíticos para quienes ya estaban antes, es decir, EEUU y la UE. China está entrando en un plano geopolítico a nivel mundial. Pero, viendo sus importaciones, Latinoamérica, tiene muy poca importancia en sus inversiones globales, por ahora. Las inversiones están sólo un poco más arriba que África. Y sucede algo similar, globalmente, con EEUU y la UE, para ellos tampoco tiene demasiada importancia Latinoamérica.

—En ese contexto, y achicando un poco más el mapa, ¿qué características tiene el comportamiento de las empresas transnacionales en Sudamérica y en Bolivia?

Ahí se debe diferenciar algo importante: cómo se comportan las transnacionales con Bolivia y cómo se comportan con otros países. Normalmente, nos han enviado la peor calidad en todo, es decir, servicios, productos y personal. En otros países, las transnacionales chinas o de otros países hacen maravillas, pero acá han hecho barbaridades. Un ejemplo reciente es el de Huanuni. Allí contrataron a una empresa china para que construya un ingenio.

La empresa tardó una eternidad y, cuando la inauguraron, no tenía provisión de agua. Era una inversión de sólo 50 millones de dólares, poco en relación a las pérdidas que hubo en la época pasada, pero es lo que pasa en gran parte de la política minera del país. Se pasó el tiempo de los precios altos de los minerales, no se lo aprovechó y la falta de ingenio limitó la producción de Huanuni. Pero hay otro punto que es muy importante: es el régimen legal, internacional, de protección a las inversiones, que Bolivia suscribió con 22 países en los años 90.

Ahí se compromete no sólo a respetar, sino a fomentar la inversión extranjera. Y, por ejemplo, cuando hablamos de la definición del capital de los inversores, no es sólo lo que ellos invierten y algún potencial perjuicio. También se suman al capital las concesiones de uso que les hemos dado. Por ejemplo, si les damos una concesión petrolera y resulta que eso se vuelve su propio capital. Sin embargo, sabemos que ese recurso siempre ha sido propiedad nacional. Entonces, estas reglas son las que rigen la presencia de las transnacionales y no son otra cosa que un abuso.

—¿No hizo algo al respecto el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS), que se preciaba de no admitir injerencias capitalistas?

Cuando el MAS llegó al poder, al igual que muchos gobiernos llamados progresistas en Sudamérica, prometió romper con estos tratados. Pero no hizo nada y, es más, cometió un error muy grande. Estos tratados son regidos por el Ciadi (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias en Inversiones), una especie de tribunal de bancos donde quienes han firmado los tratados se presentan a resolver sus controversias. Y Bolivia se salió del Ciadi, pero no rompió los tratados. Entonces, cuando hubo conflictos, éstos se seguían resolviendo en ese tribunal, pero con Bolivia fuera. Lo que en fútbol se llamaría walk over, nos salimos de la cancha, pero el partido seguía.

Fue un error garrafal porque perdimos casos como el de Quiborax. En total, perdimos juicios por más de mil millones de dólares y tenemos juicios pendientes por otros mil millones.

—Siempre se ha hablado de las geopolíticas brasileña, chilena y argentina hacia Bolivia. En ese contexto de potencias y transnacionales, ¿cómo se mueven los intereses de nuestros vecinos?

Brasil y Chile, especialmente, siempre han tenido una visión política sobre Bolivia. Los golpes de Estado usaban como pivote a uno de ellos o a los tres. Eso muestra su postura de directa intervención en la vida política del país. Por otra parte, el año 2000 se produce algo muy importante en nuestra historia geopolítica: se inicia el proyecto Iirsa, es decir, la Iniciativa para la Integración Regional de Sudamérica.

Detrás de esto iban los organismos internacionales que articulaban las reformas, como el Banco Mundial. El desarrollo específico es llevado por EEUU, Brasil y, como financiador, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El objetivo de Iirsa era dar forma física a las reformas neoliberales. Consistía en llevar vías de transporte y energía a las fuentes de materia prima y de ahí sacarla a los puertos extra continentales, sobre todo al Asia. No era, como decía la propaganda, para la integración regional interna.

—¿No se fomentó un comercio interior sudamericano?

Cuando evaluamos el comercio en Sudamérica, la mayor parte, más del 80 por ciento, va afuera; mientras que el comercio entre países sudamericanos se mantiene estancado. Era un esquema orientado al Asia cuando la relación de EEUU y la UE eran muy buenas con China, que contaba con todo el apoyo tecnológico y financiero de ellos. Sudamérica tenía un papel de colonia. Ahora las cosas han cambiado y las potencias andan al borde de una guerra.

—¿Cómo se acomoda Brasil en el Iirsa?

Una de las características del Iirsa es que la mayor parte de las carreteras salen de Brasil y la mayor parte de esas carreteras pasan por Bolivia. Tal es el peso, que Gonzalo Sánchez de Lozada, en cuyo gobierno se firmó esta iniciativa, dijo: “Bolivia ya no es un país, es un territorio de paso”. El Iirsa hace que el plano caminero de Bolivia esté en función de Brasil. Eso fue continuado por el gobierno del MAS.

Esto supone un gran problema: uno de los corredores se halla estrechamente vinculado a los intereses de Chile de cruzar por territorio boliviano para llegar a Brasil y luego al Atlántico. Ésa fue una pretensión chilena desde siempre. Antes la buscaron queriendo pasar por el norte argentino, pero los militares argentinos la negaron porque la consideraban peligrosa geopolíticamente. Evo la aceptó.

Ahora, Sánchez de Lozada se equivocó de cierta manera en su frase sobre el “territorio de paso”. Los brasileños son los grandes productores de soya de exportación en Bolivia y Petrobras es la más grande de las transnacionales en Bolivia. Si sumamos esos dos aspectos, vemos la importancia para Brasil. Podemos añadir algo que se complementa a Iirsa, que es el complejo del río Madera. Es un proyecto también hecho por Brasil y que compromete al 60 por ciento del territorio boliviano. Consta de cuatro hidroeléctricas, dos ya están hechas, y el anterior gobierno respaldó esta construcción. Suma la construcción de acueductos, hidrovías, en los principales ríos de la Amazonía y vastas áreas consideradas aptas para siembra de soya dentro de territorio boliviano.

—Eso se complementa con los planes del anterior gobierno de construir hidroeléctricas y varios otros planes, ¿no es cierto?

El gobierno de Morales se lanzó a esas obras cuando se le cayeron los precios del gas. Entonces empezó a negociar con Brasil algo que los brasileños llaman “Itaipú ampliado”. Estaba negociando la comercialización de todo lo que iba a producir con el llamado “Corazón energético”, básicamente las represas: Rositas, Chepete, Cachuela Esperanza y la binacional. O sea que la producción y la política energética de Bolivia iba a caer en manos brasileñas. Hace una década, Brasil quería hacer algo parecido con Perú, y Perú le paró.

Uno de los problemas más serios fue que se llegó a negociar directamente con empresas privadas. Cualquier geopolítica que se respete responde a una negociación de Estado a Estado.

—A propósito de empresas, ¿cuánto afectó a este juego de múltiples intereses el escándalo del Lava Jato?

Coincidió con el tiempo en que China y su “ruta de la seda” ingresaban en Sudamérica. China ya había avanzado sus relaciones con varios países de la región. Todo lo que era Iirsa, que los Gobiernos populistas rebautizaron como Cosiplan (Consejo Sudamericano de Infraestructura), se convirtió en una estructura perfectamente hecha para los operadores del Lava Jato. El gran negocio de las obras era su construcción y, aún más, la usura, es decir, el financiamiento.

Pensemos que Itaipú empezó costando 3.500 millones de dólares y en 2023, cuando acabe de pagarla, a Paraguay le habrá costado 60 mil millones de dólares. Pensemos en que el presupuesto de la represa del Chepete empezaba con 10 mil millones de dólares, casi un tercio del PIB boliviano en ese momento. Constructores y banqueros se llevan el negocio sin importarles si las obras funcionan. Así pasa hasta con los propios hospitales, lo vemos hoy.

Pero cuando estalló el escándalo, tiró abajo el negocio de las empresas brasileñas en el continente y puso a decenas de políticos de alto nivel en manos de la justicia. Y a ese escenario llegó la China con su “ruta de la seda”. Da a suponer que entonces quedaron frenados los planes que tenía para Sudamérica. A ello además se suma la crisis económica que se ha desatado debido a la pandemia del coronavirus. Seguramente reevaluarán porque los planes siguen y los sectores interesados en concretarlos también.

Fuente: Los Tiempos.

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